El trauma del juicio público

by Eduardo Febres — on

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Estuve buscándole otro nombre pero no se me ocurre uno mejor. Es un efecto que adquiere el texto que tú estás escribiendo cuando dices, piensas, sabes: esto lo puede leer cualquiera. Y te pones en el lugar del lector más (palabra incomprensible), escéptico y despiadado que conoces. Un lector que desde luego no es él o ella, sino una imagen mucho más perversa que tú creaste.

Esto ha tenido una serie de efectos para mí, algunos que agradezco y otros que me gustaría haber evitado: (tachado).

En mi caso (no sé si) es el efecto sucedáneo de un vicio previo, que era la publicación compulsiva y temeraria, o si es sencillamente el vértigo y la cautela propias de quien valora en alguna medida duradera el hecho de escribir para ser leído por lectores imprevisibles. Es decir, precisamente el vértigo que ignoré para publicar compulsiva y temerariamente hasta ese momento.

¿Ese momento? En realidad, claro, no hay un solo momento, pero sí pueden condensarse muchos, varios o todos en la tarde que le pregunto a Google cuánto de toda esa basura que he publicado está todavía asociado a mi nombre, y la respuesta me lleva adonde ya he contado.

Pero de ningún modo la existencia de ese momento implica que hay una síntesis entre la publicación compulsiva y el autojuicio público del hijoeputa lector imaginario y su ejército. Son apenas dos fuerzas que están obligadas a convivir porque ninguna está en capacidad de vencer.

Mientras, como salida provisional, acude a un artificio tecnológico, para crear(me) la ilusión de que no soy el único contemplando la batalla.

La imagen la subí de una búsqueda genérica de Vigilar y castigar, porque el Internet no daba para subir un dibujo de mi libreta que capturé con el celular